junio 24, 2013

La invención del amor - José Ovejero

No es que desconfíe de la honestidad o la calidad moral del jurado del Premio Alfaguara de Novela de esta edición 2013, pero sí de la forma de organizarse, por lo que sería pertinente plantear algunas preguntas (que parafraseo de Gabriel Zaid): ¿todo el jurado leyó las 802 novelas que se recibieron este año? ¿Los deliberantes llegaron el día del fallo con La invención del amor de José Ovejero? ¿No hubo una previa descalificación de trabajos leídos de forma superficial por los editores (o un equipo de Alfaguara) para hacer más sencillo la labor de los jueces? Sorprende que tales personalidades de las letras, como Manuel Rivas y Xavier Velasco, hayan elegido como triunfadora una novela totalmente inocua… intrascendente. De los 802 trabajos, ¿era el mejor?

Sí es así, la novela en lengua española continúa en una profunda crisis que se ha prolongado por años. Es verdad: el Premio Alfaguara de Novela no tiene la consigna de rescatar a la narrativa, pero sí el de premiar a un trabajo destacado por sus temas, por sus técnicas y métodos, por su desarrollo del lenguaje. La invención del amor, título por demás ampuloso, remite al episodio que vive Samuel, un cuarentón dueño de un porcentaje ínfimo de una empresa de materiales para la construcción que un día recibe por equivocación una llamada que le informa sobre la muerte de Clara, una mujer desconocida para él (no recuerda a nadie con ese nombre) y que ha sido su amante (al menos del verdadero Samuel). Intrigado, por casualidad entabla una peculiar amistad con Carolina, hermana de la difunta, ambos con el afán de conocer más acerca de Clara: los dos comienzan a crear versiones de ella, a redescubrir a la fallecida. Samuel, en plena crisis de madurez, se ve orillado a imaginar su hipotética relación con Clara, a inventar el amor entre ellos.

Es probable que este pseudohallazgo que tematiza a la ficción como capaz de redimir a los seres humanos haya jugado a favor de la novela, aunque, vamos, esta cualidad ya ha sido revisada a cabalidad en varias obras literarias, desde Pedro Páramo, pasando por “Vecinos” de Raymond Carver y Juegos de la edad tardía de Luis Landero, hasta  En busca de Klingsor del buen Volpi (ni se mencione a Murakami en el panorama mundial con 1Q84 o Ciudad de cristal de Paul Auster). Alfaguara atraviesa desde varios años por una curiosa tendencia (que obvio, pasa también por los escritores): publicar, en su mayoría, novelas simplistas, con tramas lineales, en español estándar, con el mero contexto político de adorno. Porque igualmente se ha resaltado que la novela de Ovejero tiene como trasfondo la reciente crisis económica española. Quien espere encontrar razonamientos sociológicos, escenas de pánico público y ahondamientos de grado ideológico-filosófico no los encontrará aquí porque apenas se insinúa tímidamente el problema español. Decir trasfondo es demasiado. Es simple ornamento, una trampa publicitaria, aunque  la contraportada haga parecer que nos encontraremos con un estilo parecido al de las novelas de la crisis griega de Petro Markaris.

Los personajes principales, como una precaria copia de la película (y mala comedia) There's Something About Mary (Locos por Mary) son incapaces, como niños traumatizados, de ver más allá de Clara: enfermiza e inverosímil la actitud de Samuel, ese afán de adentrarse tanto en la vida ajena; y Carolina, la hermana, quien es retrasada o, más bien, se deja llevar de una forma muy burda. Añadido a ello, Samuel es un personaje que aburre con sus disertaciones frecuentes para persuadir al lector de que Clara se ha convertido en su obsesión, como un mal imitador de la prosa exacta y concisa de Philip Roth. Fallidas todas esas largas explicaciones, falsos ahondamientos en lo que es la identidad y el amor que, al parecer, como fácil cliché, se suscribe, casi siempre en la novelística actual, al escape de la fuerza destructiva del matrimonio y a la búsqueda de la soltería (aparejada con varios amantes), a la independencia económica y a esa extraña insistencia de retrotraerse a una infancia “madura”. No hay ya complejidad (y por ello no hay sentimentalismo, no por otra cosa), ni esa sabiduría del amor que sí se encuentra en los avasallantes enfoques de Flaubert, Goethe y Shakespeare.

Si hay algo rescatable de esta novela son sus tres páginas finales, en las que resalta la brillantez del Ovejero ensayista (parece que Samuel da paso a esa voz del autor, que ya se quemaba por aparecer bajo la piel de su personaje y lapidar la historia bajo su última y más acertada visión). Antes de que lo olvide, por cierto, los personajes, su habla, es homogénea: de repente Carolina, cuando habla de Clara, sobre todo, pierde su carácter y se infiltra en su voz una forma de habla neutral, demasiado cuidada, sin intrusión de modismos. “Que te cagas” y “que te den por el culo” se utilizan un par de veces, como si el autor al revisar el borrador cayera en cuenta de esta uniformidad lingüística y decidiera introducir un par de frases gastadas para subsanar esta deficiencia. No solo con Carolina ocurre, sino con los otros personajes secundarios, como el Samuel verdadero que, borrachísimo, pasa en un instante de hablar incoherencias a una elocuencia (y una memoria) prodigiosa.


Ovejero confirma con esta novela que la crisis de la narrativa en lengua española es grave. Son pocos, contadísimos, los autores que en verdad buscan renovar los caminos de la ficción. Esta obra, estoy seguro, como muchas otras ganadoras de este premio “prestigioso”, quedará, por desgracia, recubierta por el polvo del olvido, colocada en un sitio impreciso entre los vastos libros que rellenan los anaqueles de lo insustancial.


(24-junio-13) 


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