En
La Silla del Águila (2003) Carlos
Fuentes predice que César Aira será el primer argentino en ganar el Premio
Nobel de Literatura en el año 2020, como una especie de respuesta seis años
después a la publicación de El congreso
de literatura (1997). Y es que la novela de Aira cuenta la historia de
César, escritor, traductor y científico loco que intenta dominar el mundo
clonando en cantidades industriales a Carlos Fuentes, un genio célebre que
supera su inteligencia. Para ello, asiste a un congreso de literatura en
Mérida, Venezuela, con el fin de conseguir una célula del autor mexicano.
La
elección de Fuentes no es fortuita. Aira, como una parte de quienes produjeron
su obra después de las grandes novelas del boom,
hace una burla estrambótica de lo real maravilloso. Fuentes quizás sea el autor
vivo latinoamericano menos distante al estilo de Aira, al menos de los demás brillantes exponentes vivos del boom, como García Márquez o Vargas Llosa
(me viene a la mente el gran “Chac Mool”, con su aire urbano y prehispánico tan
único). Claro, Aira está emparentado con sus compatriotas con su desbordante
imaginación, al mero estilo de un Macedonio Fernández, Borges y Cortázar (pero
no puede recurrir a ellos porque ya están muertos), de misma laya, pero, obvio,
Aira va detrás de ellos a un par de años luz. Fuentes, por el otro lado, es
quien mejor encarna la figura del intelectual globalizado, desde mucho antes
que Vargas Llosa (quien ha tomado el relevo después de su Nobel).
Aira
intenta jugar con las convenciones de lo real maravilloso, pero introduciendo
el elemento científico y desplazando las explicaciones culturales implícitas. Así
comienza su novela: con el famoso y ficticio “Hilo de Macuto”, en Caracas. Un
misterioso mecanismo monumental dejado por los piratas siglos atrás para
ocultar un tesoro, de esas anécdotas folclóricas de la que está tupida la
literatura latinoamericana. Pues César, el personaje principal, logra descifrar
el enigma y hacerse del cofre, de fama mundial y de una posición privilegiada
para llevar a cabo su plan.
El
relato está escrito en primera persona y es muy breve. Aira cuida el estilo,
cada una de sus palabras y frases. Se agradece su agilidad, esa forma de tomar
en cuenta al lector y no hacerle perder el tiempo con explicaciones y
descripciones larguísima, como el propio personaje-autor deja en claro. Aunque
arma de dos filos, tal pareciera que algunas justificaciones, necesarias, se
insinúan, pero, a veces, no existen. Como bien se ha observado, la forma de
narrar de Aira es “una fuga hacia adelante”, una manía por hacer avanzar las
acciones con inmensa inventiva, con el afán de propiciar una lectura
vertiginosa y con giros inesperados.
Estoy
convencido de que El congreso de
literatura, que ha recibido críticas buenas y malas, es una hiperbolización
de lo real maravilloso. Pero no es una crítica mala leche: es una gran broma
que debe leerse así y no con el apasionamiento de quien admira a los grandes
autores del boom. Como bien se ha
marcado: nadie puede tomar en serio a alguien nacido en Coronel Pringles y Aira
es el primero en poner tal énfasis en eso. Al final, este libro magnifica la
flora y fauna de lo real maravilloso hasta lo esperpéntico, aunque más bien en
la veta de Macedonio Fernández: un tesoro pirata, máquinas de clonación, un
científico demente (escritor y traductor), un congreso de literatura en
Venezuela, gusanos gigantes y apocalípticos, y un Carlos Fuentes ficticio. ¿Qué
más se puede pedir?
Hugo Medina (12-agosto-13)
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