El término mainstream ha estado
de moda últimamente y más en boca de quienes prefieren lo “sub”, aunque, en
realidad, no tengan nada claro de qué va este concepto. Cultura Mainstream. Cómo
nacen los fenómenos de masas, de Frédéric Martel, es una tesis modificada,
una larguísima investigación periodística, una especie de documental cinematográfico
transcrito. Martel se pasea por todo el mundo y nos lleva a conocer desde la
agencia de publicidad que es Televisa (según sus propias palabras), pasando por
las tensiones y relaciones politizadas entre Hollywood y los distintos
gobiernos del mundo para modificar leyes y así acaparar todo el mercado
(aunque, claro, como en el apartado donde Martel visita China y le explican, de
forma muy superficial, por qué han impedido el imperialismo yanqui en su país),
hasta el universo vasto del manga, los
videojuegos, los hits del kpop (singular ejemplo que actualiza a
Martel: Psy y su “Gangnam Style”) y el terrorismo en los medios islámicos.
El lector, a diferencia de lo que se puede pensar de un libro con un tema
tan cliché como lo es el de la cultura de masas, además escrito por un francés
académico, no tiene ni una sola nota al pie de página ni la clásica saturación de
referencias bibliográficas… vaya, ni siquiera existen observaciones marginales
hechas por el autor o por el traductor. El estilo de Martel oscila entre la
crónica y el periodismo de guerra. Porque es eso: un itinerario de la guerra
cultural que libran los países a través de sus difusoras de contenidos. En este
mundo global, explica Martel, se está delineando una nueva cartografía del
poder a través del soft power : “La
atracción, y no la coerción (…) la influencia a través de los valores, como la
libertad, la democracia, el individualismo, el pluralismo de la prensa, la
movilidad social, la economía de mercado y el modelo de integración de las
minorías en Estados Unidos”. Ha quedado de lado el obsoleto hard power: el que utiliza, para influir
en el mundo, la “fuerza militar, económica e industrial”.
Con esta idea en mente, Martel viajará y se entrevistará (aunque a veces le
niegan la entrada o las entrevistas) con los mayores ejecutivos de Disney, Mtv,
Dream Works, Pixar, Cinépolis, Sony, Al Yazira y los magnates de Bollywood,
entre muchas más personalidades. En sí, el estudio de Martel, su gran periplo,
nos muestra la indefinición entre alta, media y baja cultura y, sobre todo, el
tenue límite que hipotéticamente separa el arte de las intenciones
políco-ideológicas. Es decir: ante este panorama de redes que traza, se hace
difícil establecer si el arte actual no es más que un medio para transmitir
valores e identidades a otras culturas y, así, asimilarlas a la gran colonia
mediática de determinado país, por muy comprometido que sea el autor o su obra.
No es extraño que las fórmulas utilizadas con éxito por el mainstream estadounidenses, como las series semanales, las
películas con efectos especiales, las caricaturas tipo Pixar (y hasta las
palomitas de maíz en las dulcerías de los cines) se repliquen en todas partes,
pero con trasfondos culturales que varían en cada región.
El mainstream, a veces mal
entendido, para Martel es esa encapsulación de contenidos de identidad a través
de formatos de hits ya comprobados
por la industria. Se me ocurren esas series raras de HBO o el Canal 5 de
Televisa, como El Pantera o Capadocia, que calcan el estilo de las
series norteamericanas (ni hablar de las películas mexicanas, incapaces de
trascender el modelo de Hollywood); los tráileres para libros muy de moda
actualmente y, sobre todo, esa línea editorial que produce al año vastedad de
novelas infantiles y juveniles con el afán de colocar otro Harry Potter en la industria y en el cine; o esas novelas con
lenguaje neutral, sin rasgos regionales, casi telegrafiado, con temáticas
cliché que inundan a las editoriales de habla hispana y que cada vez aspiran a
la sencillez de la imagen cinematográfica más que a la complejidad imaginativa
tan cara a la gran literatura; el pop
japonés y coreano, ya con éxitos mundiales, impensables hace una década; o los
filmes de Hollywood, cada vez más cercanos a los otros países: Duro de matar 5 (en Rusia), Slumdog Millionaire (en India), Kung Fu Panda (exaltación de lo chino), Lost in Translation (en Japón), El Laberinto del Fauno (con el
imaginario ibérico) y muchas más que se me escapan al momento.
Resulta complicado deslindar lo mainstream
de lo que no lo es en un mercado que se rige por las ventas, por los golpes
mediáticos, como esas ideologías que se comercializan y terminan como camisetas
del Che Guevara. De ahí la desconfianza que inspira la cultura oficial, lo mainstream. Nuestros ejemplos son
terribles: lo único que diferencia a Televisa de Alfaguara es el formato. Y
aquí poco importa la crítica que dado producto cultural ostente: vendrá otro
producto a sustituirlo y su mensaje será olvidado (a ambos productos los separa
poco tiempo: un año más o menos). Así es la nueva lógica que Martel devela y
que abarca Turquía, América Latina, China, India, Japón, Estados Unidos, el
Sudeste Asiático y Oriente Medio. Un libro polémico que moverá nuestra
percepción de lo que consideramos mainstream.
El texto es de lectura accesible, altamente amena y adictiva, y que no pesa
para nada. Al menos, en lo personal, no me pareció nunca tedioso. Al contrario:
terminé con ansias de conocer más. Quizás este magnífico libro necesite pronto
una actualización para conocer de cerca las opiniones de Martel que, me parece,
solo se han reafirmado en estos años recientes.
Hugo Medina (16-sep-13)
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